Te dice que no lo quiere o que no le «peta», sí, aquello que hace unos días le maravillaba ahora ya no es su prioridad y, cuando insistes en que «lo aproveche» te dice: «Ahora ya no lo quiero»
«Ahora ya no lo quiero»
«¿Cómo? ¿Que ya no lo quieres?… pues tú me pediste que te lo comprara ¿pero tú que te crees que estamos para malgastar el dinero así?»
Ante este tema, y da igual que estemos hablando de un par de zapatillas que de un curso de esgrima, siempre encontraremos puntos de vista diferentes y que podríamos resumir en 2 grandes grupos:
- Los que creen que «lo que se empieza se termina», y
- Los que piensan que «tienen que poder probar y decidir»
«Ahora ya no lo quiero»
Entonces, y fijaos que en la primera digo «creen» y en la segunda «piensan», dependemos quizá de un razonamiento adulto o de la falta del mismo para estar en uno de estos dos grupos de adultos. Los primeros pueden estar convencidos (incluso de forma automatizada por lo que han recibido de generaciones anteriores, aquellas que pasaron hasta hambre y nos enseñaron a aprovechar bien todo, sin malgastar, a ser responsables y cumplir los compromisos adquiridos, etc.) y los segundos quizá, tras vivir la situación de los primeros, revisan y deciden que es natural tener inquietudes durante la infancia y la adolescencia y que, por tanto, podríamos permitir que niños y jóvenes prueben en los diferentes campos en los que quieran meter el hocico. «Ahora ya no lo quiero»
Sabemos que la tradición socio-educativa nos llevó a un autoritarismo rígido que no permitía ser, tener necesidades individuales ni capacidad para tomar decisiones.
Con el paso del tiempo caímos en una especie de permisivismo (y hasta casos de padres ausentes) que no permite sentir la seguridad, los límites y el amparo de los adultos de referencia y del grupo social. Ahora también vamos sabiendo que tras haber anulado la personalidad de muchos niños es, en la adolescencia, cuando se produce ese «2º nacimiento» y vuelven a querer brotar, con más intensidad por supuesto, todos los anhelos y vocaciones que ese individuo trae consigo.
Es entonces cuando debemos elegir: o proporcionar los cauces necesarios para que puedan fluir o volver a esforzarnos en anularlos. Eso solo depende de nosotros los adultos, verdaderos responsables de «cómo está montada esta sociedad».
Veamos. Un niño que pide tener determinado juego, prenda o artículo. Quizá porque está de moda, porque «lo tienen todos menos yo», porque su hermana mayor sí puede y él no o, simplemente, porque lo ve y se enamora de ello. «Mamáaaa… yo quiero… ¿me lo compráis? Es que… bla, bla, bla»
Le das unas vueltas, valoras más o menos la decisión y lo compras. Ahora ya lo tiene.
¿Y qué pasa? que te das cuenta de que pasa un día, pasan tres, un mes… y ahí está muerto de risa porque ni siquiera mira para ello. Y llega el «¿Qué pasa, no querías que te compráramos esto porque tal y porque cual? pues para tenerlo ahí tirado (o guardado en un armario) no era ¡eh! ¿No te gustaba tanto?»
«Sí, pero es que ahora uso esto otro / ya no me gusta / ya no se lo pone nadie / ya no me peta…»

Lo que se empieza ¿se termina? ¿siempre?
Y salta nuestro Tío Gilito interior con eso de «¿Pero tú que te crees que estamos para malgastar el dinero así? ya sabía yo que era un capricho de los tuyos, siempre estás igual, más tontos somos nosotros que acabamos cayendo en hacerte caso cada vez» y rematamos con un «¡Y no es por el dinero, no, es que andas bailando de aquí a allá y no sabes ni lo que quieres, y nos mareas a todos! A la vista está que tienes más de lo que necesitas, se acabaron los caprichos»
Sea como sea, este niño, de igual 7, 8, 9 años, podría estar pensando el incombustible «No me entienden» o el temible «Maldito dinero, que siempre importa más que yo»
Si vamos al caso de un niño de esa edad o más mayor ante la decisión de apuntarse a una actividad extra-escolar estamos en las mismas: «Papá, yo me quiero apuntar a tenis» y los padres le apuntan a tenis. Después de 3 o 5 clases, o después de vacaciones de Navidad, dice: «No quiero volver a tenis porque me apetece más patinaje, que va Carlota»
¡¡¡ Perdona !!!
«¿Me estás diciendo que llevamos 3 meses pagando tenis, yendo a llevarte y traerte a la hora que peor nos viene a los dos, para que ahora quieras patinar? No moreno, quisiste tenis y haces tenis, ahora apechuga con lo que elegiste hasta junio y, si no, te lo hubieras pensado antes. ¡Hombre, por favor!»
Y ese chico ahora siente que el tenis es más mierda que nunca, los adultos de referencia no le entienden y son poco o nada confiables porque además le obligan a ir y le impiden probar patinaje.
¿Qué pasa con todo esto? ¿Cuál es la postura correcta o la más adecuada?
A veces pasa que esperamos ver responsabilidad por su parte (recordemos que son niños, menores de 25, córtex prefrontal inmaduro…), que queremos evitar que los demás digan que somos unos «picaflor» y que malcriamos consintiendo al chiquillo, que preferimos evitar malas caras ante un monitor que contaba con nosotros (y con nuestra cuota mensual, claro), etc. La cuestión es que por esto y por más hacemos un bloqueo a los rasgos de dones o vocación que ese hijo va mostrando.
Y si no les permitimos probar en lo que les genera inquietud ¿Cómo pretendemos que sepan lo que «quieren ser de mayores», que sepan lo que les gustaría hacer en su vida, que comprueben qué habilidades reales tienen, qué les hace felices?
Evidentemente no debemos caer en la tormenta de que un niño quiera cambiar constantemente de actividad o preferencias, que sus demandas sean tan constantes que no le permitan saborearlo y probarse, ahí quizá sí deberíamos revisar qué ocurre y si está queriendo llamar nuestra atención por una falta de seguridad, significancia o pertenencia.
¿Qué NOS ocurre cuando nos plantea el dejarlo o el no volver a usarlo? ¿Puede ser que a nosotros mismos no nos estemos permitiendo rendirnos en algún momento o alguna situación, es que no se puede cambiar de idea (más aún cuando no las tienes claras porque eres inmaduro?
Por desgracia, tenemos montada esta sociedad de forma que no hay oportunidades de probar (bueno, con la ropa sí, pero tiempo limitado que el menor no entiende, si hay diez días para devolver las zapatillas es posible que se dé cuenta de que ya no las quiere cuando hayan pasado once), ni ocasiones de estar en un lugar y en otro viviendo experiencias diferentes con personas distintas, no hay, no las favorecemos.
Si quieren hacer algo por las tardes debe encajar en el programa de deportes aprobado para su localidad o colegio para este curso, no pueden acompañar a sus padres, vecinos o amigos en sus trabajos porque si les pilla la inspección de trabajo teniendo ahí a un menor les crujen… en fin, niños y jóvenes de clase a casa y de casa a clase, responsables, acatando las decisiones que hayan tomado (y si con suerte las han tomado ellos y no ha sido decisión de papá o mamá que tenga que ir a alemán dos veces por semana) y acabando lo que se empieza.
¿Por qué? ¿En todos los casos? ¿Siempre?
Yo defiendo que es importante que les permitamos tomar decisiones, deben practicar en ello, que sean respetuosos con los demás (y eso implica participar con tus compañeros si te has apuntado a algo grupal) pero ¿hasta qué punto? Si no pueden probar un tiempo (y no estrictamente limitado para todos, porque no todos necesitan el mismo tiempo para decidir) y después tomar la decisión de si se quedan en tenis o van a patinar, si no se permite tampoco la opción de pagar por cada clase en vez de por el curso o por mensualidades, estamos impidiendo que este tema pueda fluir con más naturalidad y que nuestros hijos se sientan escuchados y atendidos mientras descubren sus potenciales, esos que les harán seres únicos y extremadamente capaces en cada ámbito de trabajo.
¿Recordáis cuando os hablé de que «por buscar la EXCELencia estamos perdiendo la ESencia», esto es parte de lo mismo, de que les dejemos ser y les dejemos estar como necesitan para evitar tensiones emocionales, pérdida de confianza y conexión, evitar mentiras («Es que el monitor me tiene manía» / «Es que me duele la rodilla» / «Es que estas zapatillas me aprietan»…) y conseguir que nuevas generaciones lleguen a ser adultos plenos capaces de contribuir en sociedad con sus dones naturales reforzados.
Esta respuesta de adulto con la que abría hoy este artículo: ¿Pero tú que te crees que estamos para malgastar el dinero así? habla solo de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, de los sobresaltos que nos provoca el que un niño nos saque del guión establecido, del corsé social que genera el Juego del Dinero y que a estos menores se les queda muuuuy grande.
Rectificar es de sabios y todos tenemos derecho a ello ¿O solo cuando son otros los que se han equivocado? Revisemos qué hacemos, porqué lo hacemos y a qué nos está llevando el hacerlo así. ¿Tú has cambiado de opinión y de necesidades alguna vez? Seguimos reflexionando…
Si quieres enriquecerte con más material de educación respetuosa sigue este enlace hasta «LAS TARJETAS DE VIRGINIA»: 40 tarjetas con 40 recursos eficaces que te ayudarán a mirar con nuevos ojos y sentir con todo el corazón a ese niño o adolescente al que acompañas.
Virginia García, Contigo Desenredo