Pues se lo he dicho. Otra vez nos pasó, madre mía, qué mal rato y ¡cuánto aprendizaje!
¿DEBO DECIRLE A UN HIJO QUE ME SIENTO DECEPCIONADA O NO?
¿Sabeis lo que es sentir el juicio externo, verdad? Ese juicio de otros padres/madres que observan una situación generada por tu hija/o en público y que da lugar a que haya opiniones para todos los gustos… ¿Lo sabes no?
Pues, independientemente de que ese juicio te importe o no cuando llega, si eres madre puede afectar pero cuando eres 3M* y además «divulgadora de respeto mutuo» las miradas se clavan en ti – «A ver qué hace ahora… ella que tanto predica»- y, si no se te clavan las miradas, se amplían las orejas para no perderse detalle de lo que sale por tu boca…
En fin, es lo que hay y, gracias a ello, yo puedo revisar-ME una vez más, ponerme más aún si cabe en el lugar y las emociones de mi hijo y aprender mucho.
Tanto que al final, gestionado el tema en cuestión, podemos sentirnos orgullosos de haber ATENDIDO desde el respeto mutuo, como era de esperar, a un niño en proceso de hacer las cosas mejor, al que se le permite ser consciente de lo que ha hecho y se le acompaña para que decida qué otras formas aceptables hay de hacerlo para la próxima vez y se le permite también practicar la responsabilidad al sopesar y tomar decisiones, etc. Todo ello sin añadir más humillación o sentimiento de culpa del que la propia actuación generó.
¿Debo decirle que me he sentido decepcionada y avergonzada con sus actos? Yo opino que sí y lo he hecho. Aclaro que no le dije que “él me había decepcionado” ni que “él era de lo que yo me avergonzaba”, hablamos de la actitud y no de la persona.
¿Consecuencias? Una opción era quitarle de jugar más al deporte que él eligió, otra era comentarle nuestro sentir y nuestro parecer (desde el YO), hacerle saber con lo que estamos de acuerdo y con lo que no, lo que vamos a tolerar y lo que no y darle la oportunidad a él de decidir si quiere seguir participando del equipo, desde el respeto, o dejarlo. ¿Qué decidimos hacer?

Nos quedamos con la 2ª opción. ¿Por qué?
– Principalmente porque es lo que nos hubiera gustado que nos hicieran a nosotros en una situación así.
– Porque demuestra que le amamos, que confiamos en él y en su buena intención. (recuerda aquel artículo tan intenso de hace unos meses)
– También porque mantiene sana nuestra conexión emocional (y eso es imprescindible) y así le tenemos en cuenta.
– Por supuesto porque le empodera y, desde ahí, le capacita a corto, medio y largo plazo.
– Porque le hace implicarse a reconocer, reparar y reconciliarse (consigo mismo y los demás) después de haber cometido un error.
– Otra razón es porque quitarle de “deportear” sería un castigo (para que se fastidie, por hacerlo mal, que aprenda… ¿Que aprenda qué… que él no puede sentir rabia y necesidad de vengarse de los demás durante el partido y que nosotros sí podemos hacerlo con él en cuanto sale del campo? (Recordemos la importancia de ser modelos).
– Y le enseña, CON EL EJEMPLO, que debemos aceptar nuestras equivocaciones, reparar tomando responsabilidad sobre ellas y buscando soluciones.
– Para que SIEMPRE haya oportunidades de mejora. No una única oportunidad, ni dos ni tres, dentro de la familia o el aula puede haber todas las que decidamos que haya. Eso sí, desde la conexión y la confianza que da el amor incondicional.
– Tal fue que, al paso de unas horas, comprobamos lo que confiábamos que iba a suceder: reflexionó y DECIDIÓ (ahí muestra un nivel de compromiso dentro de lo responsable que es capaz de ser) que quería seguir participando del equipo y que lo haría desde el respeto (Como lo había hecho hasta que cometió este error que hoy nos ocupa.
– Definitivamente porque fue la mejor opción para TODOS (padres, hijo, entrenador, compañeros de campo y de grada…) ¡todos en calma!, todos unidos, todos apoyando la nueva oportunidad y pudiendo disfrutar del deporte juntos. Sin enfados, sin rencores, sin «te lo dije», sin resentimiento, ¡sin etiquetas!… todo beneficios 🙂
Cierto es que, cuando hacemos algo equivocado (nos «portamos mal»), nos pueden llegar consecuencias desagradables, negativas, contraproducentes. Aunque también es cierto que, tras equivocarnos, si alguien nos trata bien (respetuosamente) no perderemos el sentido de pertenencia ni la significancia que nos mantienen vivos como miembros de un grupo social.
Ante un error las consecuencias naturales que la propia situación genera y la capacidad de enfocarnos en soluciones útiles y justas son, para mi, las opciones más saludables a nivel humano. Lo mejor que les podemos enseñar.
¿Tú que opinas? ¿Puede ese juicio externo tomar el mando y hacerte REACCIONAR de forma negativa y bloqueadora ante un error de tu hijo/alumno, o eres capaz de mantenerte en tu centro y dar sostén y amparo a quien más lo necesita en ese momento que es el hijo/alumno?
Reflexionemos una vez más sobre cómo hacer las cosas de otra manera.
Virginia García, «Contigo Desenredo»
*3M = mujer, madre y maestra